sábado, 20 de marzo de 2010

Ancestral

No sé de donde vengo. Al igual que yo, la mayoría de los mexicanos lo ignoramos o en el mejor de los casos lo intuimos. La clases adineradas sí lo saben, las más humildes también. El jamón del sándwich poblacional es quien no tiene idea de qué cerdo lo parió.

México es diverso pero se ha autodenominado poseedor de la raza de bronce. Yo no me siento así y lo soy, soy mestiza pero sin broncear. Desde niña me causaba conflicto el color de mi piel ya que asistía a una primaria pública y en una zona popular, no es difícil imaginar el escenario. Fui el blanco (literalmente) de un desfile de burlas entorno a mi palidez que me llevaron al trauma existencial, por ejemplo, me apodaron 'María Joaquina', el célebre personaje de niña mamona, adinerada y culera de la telenovela infantil más famosa de la década ochentera. Por eso arrastro el complejo de sentir que le caigo mal a la gente la primera vez que me ve: "güera sangrona y presuntuosa". El deseo desmedido de ser morena me orilló a que la primera vez que fui a la playa me asoleara un tiempo excesivo y sin bloqueador hasta causarme la quemada más monumental que recuerde. Casi no podía dormir y la piel se me caía a pedazos al tercer día, no era morena sino escamosa, colorada y lo peor, una ardida. Tenía ocho años.

-La ardidez no se quitó fácilmente, quedó arraigada en las profundidades de mi rencoroso y lívido ser.-

Los libros de texto de la SEP tampoco fueron de mucha ayuda. Ver ilustraciones con los majestuosos mexicas tan bravíos y altivos incrementaba el deseo de parecérmeles, de ser "mexicana", de ser descendiente directa y sin escalas de los seres que tenían el calendario más exacto, la ciudad más majestuosa, la ingeniería acuífera más sorprendente, la raza guerrera más exitosa de Mesoamérica. Si nací en la Ciudad de México era lo lógico. Fui educada sistemáticamente para odiar a los españoles y todo lo referente a ellos, me enseñaron a despreciarlos sin conocerlos. "Malditos gachupines que vinieron a destruir el imperio Mexica". Basta darse una vuelta al museo de antropología "mira qué avanzados ÉRAMOS, mira qué bellas pirámides TENÍAMOS, mira, en qué gloria ESTÁBAMOS". En la secundaria hasta leía poesía náhuatl en concursos de declamación, hice portadas bellísimas -por cierto, mis primeros dibujos de carácter realista y al carbón- sobre la conquista y la independencia de México. Oh, gachupines del demonio, púdranse en el infierno por su pecado, ¡desdichados!

Pasó el tiempo y en la prepa ocurrió que tuve una profesora de historia más elocuente. En una clase empezó a hablar de España, el conflicto de identidad que producía en el mexicano y que por lo tanto deberían de incluir en el programa de Historia de México la historia de la España medieval, la ocupada por los árabes y la renacentista en un tono más serio y profundo. Me opuse enérgicamente a su tesis: "Somos mexicanos descendientes de indígenas, fuimos conquistados en la más vil de las masacres, me rehuso rotundamente a que usted quiera que me interese y estudie la cultura de un país opresor, imperialista, y más específicamente: lleno de apestosos". Ovación de pie, aplausos y aplausos al por mayor.
"A ver, Olga, ¿ya viste qué color de piel tienes? ¿qué idioma hablas? ¿qué religión profesas?" Blanco-Español-Católica.", respondí. ¿Te ves al espejo y ves a un indígena legítimo o ves a un ibérico de raza pura?, ¿Por qué atacas aquello que también eres?".

La respuestas a esas preguntas me sumieron en la preocupación y desconcierto más profundos de mis catorce años. No era lo uno ni lo otro, era una contradicción. Ni siquiera era el mestizo prototípico: morena, curvilínea, cabello café obscuro quebrado, labios delgados y nariz pequeña. Soy blanquizca, delgada, cabello castaño claro, nariz chata, labios gruesos. No me "hallaba".

Es el eterno dilema de mi país, el amor-odio a España y la adoración-desprecio a los indígenas.

No somos los vencidos ni los vencedores. Los aztecas ERAN los arquitectos magíficos, ERAN los astrónomos precisos, ERAN los guerreros imbatibles. Fueron ellos y no nosotros los mexicanos, dejémos de acomodarnos sacos que no llenamos. Si tarde o temprano iban a llegar los europeos a América, qué bueno que a México llegó España. Gracias a esa historia estoy/estamos aquí. Mal que bien hay un México debido a que los españoles resultaron más calientes que sanguinarios. Y bendito sea el español, el idioma más hermoso de todos (sí, más que el francés).

Fui comprendiendo entonces que si pudiéramos sentirnos más propiamente como lo que somos, esta mescolanza mal hecha pero hecha está y ya qué, si aceptáramos que por razones fuera de nuestro control estamos más cerca de España de lo que desearíamos; que sí, que con toda razón lleva el mote de "Madre Patria": desobligada, conflictiva y abusiva (pero dicen que Madre sólo hay una, jodímonos), España a su vez es un país que sostiene con alfileres la frágil idea de nacionalidad, he platicado con tres españoles últimamente y no percibo otra cosa más que desprecio de unos a otros; si nos enseñaran desde niños que ni siquiera fueron conquistadores, que no eran más poderosos ni más inteligentes, sino aprovechados, aprovechadísimos de que Mesoamérica estaba ávida de traicionarse, si... si todo eso pasara dejaríamos de ser los agachados-malinchistas-sí-güerita-pásele-pinche-naco-prieto-aléjate-de-mí. La aceptación de que no podemos definirnos dada la inmensidad de nuestras raíces, que somos más que un mestizo fórmula "español + indio". Que el nacionalismo poco tiene que ver con el color de la piel.

Hasta hace poco me di cuenta del daño que también significa mitificar el mestizaje en México: ha producido una marginación aún más cruel hacia los indígenas y el optimizado el cómodo altar estético y económico de los descendientes directos de españoles.

Me entra la curiosidad y empiezo a investigar ¿de dónde es la gente de la que tengo genes?. El estado de Guerrero es un misterio, pocos registros, actas adulteradas, rastros perdidos. Cuahutémoc nació en Ixcateopan y sus restos están enterrados en la Iglesia del lugar -municipio adjunto al del pueblo familiar-. La zona norte del hermoso estado de mis padres estuvo poblado por pueblos nahuatlacas (primigenios mexicas, las tribus que salieron de Aztlán), chontales y purépechas. Incluso hallé información que habla de alguna supuesta migración post-conquista de grupos aztecas al territorio. Mi lugar favorito de la infancia es ése sitio en Guerrero donde me di cuenta que mis ancestros indígenas resultaron migrantes al igual que los hispanos.

He recorrido las principales zonas arqueológicas de México: Palenque, Tulum, Chichén Itzá, Cuicuilco, el Templo Mayor, Malinalco, Teotihuacán, Tajín, La Venta, etc. Por eso me irrita en demasía la crítica de la que he sido objeto al expresar mi NECESIDAD por visitar y conocer la otra parte de mis raíces. "Ay sí, 'ora resulta que muy europea", ps sí güey, un pedacito sí lo es y no tiene nada de excretable ni arrogante. Si no puedo construir una genealogía familiar más allá de cuatro generaciones, me la supondré. Mis apellidos son del centro y norte de España. El materno es Vasco, el paterno viene del Duero. Y ambos apellidos hacen honor a los árboles (oh, todo parece encajar tan bien). No percibo a España por debajo de los Mesoamericanos, pero tampoco por encima de ellos. Me ilusiona comtemplar el paisaje que también vieron hace siglos personas que decidieron emigrar de su país sabiendo que jamás volverían, tal vez así logré imaginar qué los motivó y si llegaron a dilucidar que de alguna manera futura regresarían a su terruño en forma de turistas mexicanos. Porque más que el presente y el difuso futuro somos el pasado, como cuando veo sentarse a mi sobrina Ana Patricia. Se acomoda con ademanes tales que mi madre dice que está viendo a su bisabuela, la misma forma de cruzar la pierna y recargar el codo en la rodilla, la exacta inclinación del antebrazo, la mano izquierda acariciando la infantil espinilla. La escuincla repite sin saber, las maneras de alguien que nunca podría conocer dado que murió cincuenta años antes de que naciera, de alguien que poco parece tener que ver con ella y su vida de principios de siglo XXI donde juega con con un ipod y observa sin asomo de sorpresa las calles de las grandes ciudades con google street view.

Aunque alejados, también somos los que eran.

jueves, 11 de marzo de 2010

Moverse en el aire I

Era una noche de verano. Los planes de viajar ese año a la India se habían ido al carajo gracias a la contingencia de la influenza, el freelance imposible de dejar, y a la falta de entusiasmo de la amiga con quien había comenzado a planear tal viaje. Decidí que para mis vacaciones de verano (una raquítica semana) iría al norte, a Coahuila, a Cuatro Ciénegas. Le platiqué a mi amiga bióloga y le entusiasmó la idea, pero circunstancias personales le impidieron ir. No hubo nadie que conicidiera en tiempo o en destino. No quise ir sola. Adiós vacación.

Esa semana la pasé en casa haciendo muy poco. Llegó el jueves y organizaron una despedida para Lear que regresaba a Cambridge después de unas semanas en la ciudad, nos quedamos de ver en la Coyoacana. La plática fluyó a la par que la bebida, Nuria me habló de Barcelona, Emilio platicaba del futuro que se asomaba para él en Chicago, seguramente Jordy dijo algo de Alemania, Carlos no puede evitar hablar de Tango. Ya encarrerados nos fuimos a casa de Lilián a seguir platicando -y bebiendo-. Hablamos de historia, de América Latina, la truculenta Independencia de Mexico, la revolución confusa. Y nos dieron la una, las dos, y las tres... y las seis.

Me quedé a dormir allí, por lo que Lilián y yo pasamos el día juntas. Recuerdo que vimos "Sinécdoque New York" (tengo una enfermedad congénita que me impide pronunciar sinécdoque correctamente). Caminamos por la Roma, la Juárez y Reforma -"Mira ahí está la casa de Marcelo Ebrard"-, charlamos más y más. Si me preguntarán de qué, no sabría decirles. De todo y de nada, sólo recuerdo un tema: Moverse. ¿Qué pasa con alguien que no se mueve?, y por no moverse me refiero no a estancarse, sino a sentirse estancado, conformarse con lo conocido. ¿Cómo puedes entender el mundo si no lo conoces, si no experimentas, si no vives?. ¿Qué es conformarse? ¿Qué regla es la que establece "la hiciste"<-----> "la regaste"?. A mí me gusta la rutina, es segura, confiable. Hasta ahora no había tenido queja alguna de no cambiar muchos aspectos de mi vida dejando que el barco llamado tiempo me llevara tranquilamente. La rutina para Olga de veintiséis años estaba bien, tal vez hasta los treinta o treinta y dos. ¿Pero si a los treinta y cinco un día despierto queriendo matar a la de veintiséis por no haber hecho más que esperar que el destino la transportara a un lugar que no le place?

De regreso a casa de Lilián analizamos las opciones para la noche y decidimos ir a una fiesta a la que Jordy nos había invitado. Me sentía un poco-bastante incómoda, pues llevaba la misma ropa del día anterior. En algún momento de la reunión me quejé de ese hecho, dije en voz alta que estaba "toda puerca" (pero sí me había bañado, eh). Luis, me preguntó el porqué y le expliqué que me había quedado a dormir en casa de mi amiga. "¿Entonces eres freelance como Lilián?", "No, trabajo en (inserte nombre de mi extrabajo), y estoy de vacaciones, por eso no fui a la oficina". Luis con cara de sorpresa, me increpa: "¿Pero y por qué estás aquí y no en... una playa?".

-"Este, pues, es que... no quería ir sola y nadie pudo viajar"...

-"¿Y eso QUÉ?"

El joven Urquieta procede a contarnos de sus viajes, muchos en solitario. Lo hace de tal forma que deja a Lilián con ojos desorbitados e hipnotizada y a mí... muda. Tal vez no eran grandes aventuras o sucesos o los lugares con la mayor historia del mundo, pero eran diferentes, lejanos, desconocidos. Estaba muda porque no podía opinar. Es como cuando me siento a beber con Carlos y Lear y ellos hablan apasionadamente de un libro que no he leído y sólo sirvo de escucha semianalfabeta que saldrá con un chiste idiota para hacerse notar. Nos habló de América.

Muchos que leen estas líneas saben qué pasó después. Ese fin de semana y a raíz de pláticas como ésa, Lilián decidió viajar a Sudamérica -donde aún está, en Chile-.

Yo tardé un poco más. Tal vez a mí también me motivó escucharla hablando del cono Sur, comenzando a planear la travesía, soñando con Chile, el país que desde niña le atrae ("sin albur, cerdos"). Pensando en la Argentina, en escritores, en libros, en calles, en los Andes, en las llamas, en Colombia... Ojalá y esto funcionara como un gran efecto dominó y haya quienes se animen a viajar al leer los post de ella, tan intensos y hermosos todos. Ha sido lindo ir siguiendo la ruta en tiempo real, ver fotos que ha publicado, sus twits llegando o presumiendo un lugar.

Hubo más motivos para mí aún, pero no conciernen al tema de este post.

En Noviembre decidí viajar. Sufro de aviofobia, lo que hizo muy difícil determinarme a hacerlo. Viajo sola, no puedo esperar a nadie, no quiero hacerlo. Pasarían no sé cuántos años más para que algún amigo tenga el dinero-tiempo-ganas. Toda mi vida he estado como en una pequeña burbuja de cristal llena de cuidados familiares, rutinas, conformidad. Este viaje es mío, únicamente mío, yo lo planeé, yo lo pagué. Quiero ver qué tan capaz soy de hacer las cosas sola y sin depender de nadie, estar lejos con casi nada. Voy a vivir lo que debí experimentar hace al menos un lustro. La máxima satisfacción de hacerlo hasta ahora es que es por mis propios medios, oh, dulce autosuficencia. Concluí también que estaba dejando de moverme y por lo tanto de vivir, por atarme a personas, pertenencias, rutinas. Y no es que coloque en el pináculo de la existencia humana el viajar, pero yo recuerdo más una noche a la orilla del mar que la noche del martes dieciocho de agosto de 2009 en la que lo más emocionante que probablemente hice fue ir al cine.

Voy a Europa (o como yo les llamo "Las Europas quesque Unidas"), y para mí es más que un mochilazo o un tour "quince días-quince ciudades europeas, tómese la foto con el monumento y corra", es más que lo que los gringos le han hecho al turismo, estandarizarlo y convertirlo en producción en serie como una Big mac. Será mi primer viaje al extranjero, el primero de muchos, el de práctica para los meros-meros aventureros.

Quisiera escribir más cosas al respecto, pero estoy abrumada con TODO lo que debo terminar para partir con cierta calma. Motivaciones, expectativas y planes de viaje, los escribiré pronto (como el hecho de "¿Cómo demonios es que vas a Europa si es que jurabas que tu primer viaje no sería de ninguna forma el cliché del estatus?"). Cof, cof.

Quiero extrañar el De efe. Un mes no es nada pero siendo yo tan adicta a él no podría asegurar que no estaré jamaiconeando al tercer día.

viernes, 5 de marzo de 2010

Sin halagos es mejor.

"¡Pero qué bonita niña!". Responder a eso es fácil a los cuatro años, dices 'gracias', bajas la cabeza tímidamente y te echas a correr con tus primos. O no dices nada y sólo sonríes mostrando una mueca infantil bastante tétrica pero que las tías y fotógrafos de estudio adoran. Si haces esto último, con certeza volverán a decir que eres bella, o avispada, o armónica o que los bonitos ojos que tienes debajo de esas dos cejas son iguales a los de papá.

Siento que nunca he podido reaccionar satisfactoriamente cuando me chulean. Si contesto con un gracias, me sonrojo y colorada ya no sé qué hacer. Se me ocurre responder con un cumplido. Es lo peor. Pocas cosas pueden parecer más forzadas (aunque no lo son del todo, vamos, si contesto un 'tu corte de cabello también está chingón, es muy probable que sea cierto) que responder a un halago con otro. Pero si no digo nada me siento como si cometiera una grosería fatal. Debería existir un manual "Qué hacer o qué no hacer cuando la halagan".

También se cree que el aplauso es condicionado. Alguien que quiere quedar bien, ganar confianza, se busca la amistad inmediata. Yo prefiero evitar a la gente que me adula demasiado de buenas a primeras, sobre todo en un sentido estético. Y si es hombre aún más.

Está tan devaluado el correcto sentir de las cosas. Si escribo un "me siento fea", parece que la reacción elocuente o lo que estoy buscando es "pero si eres muy bonita" y pues no. No y no y no. Déjame revolcarme en mi frustración, carajo, maldita época del porrismo superacional. Nada como aceptar las carencias sin lamentos ni congojas. No debería ser triste ser feo. Es fortuito. La belleza, además, depende mucho de donde estés parado: en un lugar soy la más fea del grupo, en otro soy la más llamativa, en otro la más delgada, en otro la más fofa, en otro... depende del espectador.

Prefiero mantenerme prudente ante los aplausos porque aceptar tan fácilmente una loa deriva en terribles actos de estupidez ególatra. Sin embargo existen los ingenuos o soberbios -peligrosa pareja para la calidad- que no optan por tal opción. Se toman demasiado en serio sus cualidades y las subliman hasta la ridiculez. Está sobrevalorada la sobrevaloración de las capacidades: basta darse una vuelta por librerías, salas de arte, cines, están pletóricas de prosa barata, guiones mediocres, actuaciones paupérrimas, música vulgar. Más triste es el ridículo endiosado del petulante que el fracaso genuino del humilde.

No todos los pasatiempos son explotables. Por ejemplo, a veces escribo cuentos, o hago ilustraciones. Me divierto, pongo a trabajar la creatividad que por lo general está al servicio de los deseos de un cliente atolondrado, descubro cosas nuevas de mí, saco corajes que traigo atorados en la psique. Pero eso no me obliga a enseñárselos a nadie ni a jactarme de ser buena en eso. No lo soy y no tiene absolutamente nada de pernicioso. Lo hago para mí, no necesito aplausos o repudios. No me emociona la idea de ser reconocida o resultar un diamante en bruto que al ser pulido iluminará el arte mexicano -qué absurda presunción-. Siento que el artista o creador que busca tales fines no es más que una diva, aspiración idéntica a la de una estrella pop. Y ya hay suficiente plástico en el mundo.

¿Es entonces la trascendencia tan importante? ¿La buscamos para estar en el centro de un escenario y ser admirados, envidiados, aplaudidos? ¿En eso se ha transformado el arte, la estética, en una puta de la popularidad?.

En otro lugar están los genios desconocidos, quienes ante esta hoguera de las vanidades prefieren esconderse. Y entre más se les conmine a "salir del clóset de la ignominia", más se les festejen las capacidades, ellos menos convencidos estarán de exhibirse. No lo hacen porque saben lo anterior, no quieren mezclarse con el vulgo drogado con lisonjas. Cada adulación los abruma. No es lo que buscan.